Titulo: Bajo la misma estrella
Año: 2012 (2012)
Traducido por: Noemí Sobregués Arias
Editorial: Nube de Tinta
Temática: Ficción Moderna y Contemporánea
Páginas: 304
ISBN: 978-84-15594-04-8
Sinopsis: Emotiva, irónica y afilada. Una novela teñida de humor y de tragedia que habla de nuestra capacidad para soñar incluso en las circunstancias más difíciles. A Hazel y a Gus les gustaría tener vidas más corrientes. Algunos dirían que no han nacido con estrella, que su mundo es injusto. Hazel y Gus son solo adolescentes, pero si algo les ha enseñado el cáncer que ambos padecen es que no hay tiempo para lamentaciones, porque, nos guste o no, solo existe el hoy y el ahora. Y por ello, con la intención de hacer realidad el mayor deseo de Hazel - conocer a su escritor favorito -, cruzarán juntos el Atlántico para vivir una aventura contrarreloj, tan catártica como desgarradora. Destino: Amsterdam, el lugar donde reside el enigmático y malhumorado escritor, la única persona que tal vez pueda ayudarles a ordenar las piezas del enorme puzle del que forman parte..
El Tulipán Holandés contemplaba la marea, que estaba subiendo.
—Ensambla, unifica, envenena, corrige, revela. Mira cómo sube y baja, y se lleva todo consigo.
—¿Qué es? —le pregunté.
—Agua —me contestó el holandés—. Bueno, y tiempo.
PETER VAN HOUTEN
Un dolor imperial
A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en la muerte.
Hazel, te mereces una vida.
Solo hay una cosa en el mundo más jodida que tener cáncer a los dieciséis años, y es tener un hijo con cáncer.
—¡Haz amigos! —exclamó por la ventanilla mientras me alejaba.
«Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia».
—¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick.
—Muy bien. —Esbozó una sonrisa torcida—. Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir, amigo mío.
—¿Mis miedos?
—Sí.
—Me da miedo el olvido. —Habló sin pensárselo un segundo—. Lo temo como el ciego al que le da miedo la oscuridad.
—Llegará un día en que todos nosotros estaremos muertos —dije—. Todos nosotros. Llegará un día en que no quedará un ser humano que recuerde que alguna vez existió alguien o que alguna vez nuestra especie hizo algo. No quedará nadie que recuerde a Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de vosotros. Todo lo que hemos hecho, construido, escrito, pensado y descubierto será olvidado, y todo esto —continué, señalando a mi alrededor— habrá existido para nada. Quizá ese día llegue pronto o quizá tarde millones de años, pero, aunque sobrevivamos al desmoronamiento del sol, no sobreviviremos para siempre. Hubo tiempo antes de que los organismos tuvieran conciencia de sí mismos, y habrá tiempo después. Y si te preocupa que sea inevitable que el hombre caiga en el olvido, te aconsejo que ni lo pienses.
Un dolor imperial, el libro que yo consideraba la Biblia.
—HOY ES EL MEJOR DÍA DE NUESTRA VIDA—
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Nada —me contestó.
—¿Por qué me miras así?
Augustus esbozó una media sonrisa.
—Porque eres guapa. Me gusta mirar a las personas guapas, y hace un tiempo decidí no privarme de los sencillos placeres de la vida.
La brisa primaveral era algo fresca, y la luz del atardecer, de una delicadeza divina.
—¿Qué es eso de «siempre»?
El ruido de lametones aumentó de volumen.
—«Siempre» es su rollo. Siempre se querrán y esas cosas. Calculo que se habrán mandado la palabra «siempre» por SMS unos cuatro millones de veces en el último año, y me quedo corto.
Estoy intentando contemplar el amor juvenil en todo su torpe esplendor.
—Los cigarrillos no te matan si no los enciendes —me dijo mientras mi madre se acercaba al bordillo—. Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte.
Lo seguí hasta la casa. En la entrada había una placa con la inscripción «El hogar está donde está el corazón»,
«Es difícil encontrar buenos amigos, e imposible olvidarlos»
«El amor verdadero nace de los tiempos difíciles»
«La familia es para siempre»
En los días más oscuros el Señor te pone en el camino a las mejores personas.
Me gustaba que fuera profesor titular en el Departamento de Sonrisas Ligeramente Torcidas y que compaginara ese puesto con el de profesor del Departamento de Voces Que Hacen Que Mi Piel Se Sienta Piel.
—Cuéntame tu historia —me pidió mientras se sentaba a mi lado, a una distancia prudente.
—Ya te he contado mi historia. Me diagnosticaron cáncer cuando...
—No, no la historia de tu cáncer. Tu historia. Lo que te interesa, tus aficiones, tus pasiones, tus manías, etcétera.
—Soy bastante normal.
—Me niego rotundamente.
Algunas veces lees un libro, sientes un extraño afán evangelizador y estás convencido de que este desastrado mundo no se recuperará hasta que todos los seres humanos lo lean. Y luego están los libros como Un dolor imperial, de los que no puedes hablar con nadie, libros tan especiales, escasos y tuyos que revelar el cariño que les tienes parece una traición.
«Sin dolor, ¿cómo conoceríamos el placer?».
—¿Puedo volver a verte? —me preguntó.
Su voz sonó nerviosa, y me pareció entrañable.
—Claro —le contesté sonriendo.
—¿Mañana? —me preguntó.
—Paciencia, saltamontes —le aconsejé—. No querrás parecer ansioso...
—No, por eso te he dicho mañana —me contestó—. Quisiera volver a verte hoy mismo, pero estoy dispuesto a esperar toda la noche y buena parte de mañana.
Bueno, ha llegado el momento de plantarle cara al día, jovencita.
Pero no es un libro sobre el cáncer, porque los libros sobre el cáncer son una mierda.
aquella interrupción en mitad de la frase reflejaba cómo termina la vida realmente,
Dime que al libro le faltan las últimas veinte páginas.
Hazel Grace, dime que no he llegado al final del libro.
Sus lágrimas parecían un silencioso metrónomo, constante e infinito.
El amor es mantener las promesas pase lo que pase. ¿No crees en el amor verdadero?
Me tumbé en la hierba, en un extremo del patio, observé Orión, la única constelación que distinguía, y lo llamé.
Describe la muerte sinceramente. Te mueres en medio de la vida, en mitad de una frase.
Su libro me cuenta lo que estoy sintiendo incluso antes de que lo sienta, y lo he releído muchísimas veces.
—No es culpa tuya, Hazel Grace. Solo somos efectos colaterales, ¿verdad?
—«Percebes en el buque de la conciencia» —dije citando Un dolor imperial.
—Sí. Me voy a dormir. Es casi la una.
—Bien —le contesté.
—Bien —me respondió.
Me dio la risa tonta y repetí «Bien». La línea se quedó en silencio, pero no se cortó. Casi sentía que estaba en la habitación conmigo, pero mejor, porque ni yo estaba en mi habitación ni él en la suya, sino que estábamos juntos en algún lugar invisible e indeterminado al que solo podía llegarse por teléfono.
—Bien —dijo después de una eternidad—. Quizá «bien» será nuestro «siempre».
—Bien —añadí.
Creo que no todo el mundo puede conservar sus ojos, o no ponerse enfermo, o lo que sea, pero todo el mundo debería tener amor verdadero, y debería durar como mínimo toda la vida.
—¿No te corresponde un deseo?
los auténticos héroes de la fábrica de los deseos son los jóvenes que esperan,
—Claro que lo haré —me contestó—. He encontrado mi deseo.
—Tengo problemas con un chico —le dije.
—FANTÁSTICO —me respondió Kaitlyn.
—Bah, ya lo he superado. Me bastó con una caja de galletas de chocolate y menta, y cuarenta minutos para superar a ese chico.
«Todos te echamos mucho de menos. No te olvidamos. Es como si hubiéramos salido todos heridos de tu batalla, Caroline. Te echo de menos. Te quiero.»
Me decía a mí misma que imaginar que tenía un tumor en el cerebro o en el hombro no iba a afectar a la invisible realidad de lo que sucedía dentro de mí, y que por lo tanto todos aquellos pensamientos eran momentos perdidos en una vida que, por definición, está formada por una cantidad finita de momentos. Incluso intenté decirme a mí misma que aquel sería el mejor día de mi vida.
—Hazel —me dijo mi madre—, ¿estás en la luna?
—No, estoy pensando, supongo —le contesté.
—Estás enamorada —dijo mi padre sonriendo.
—Cariño —me interrumpió mi madre—, ¿qué te pasa?
—Que soy como... como una granada, mamá. Soy una granada, y en algún momento explotaré, así que me gustaría que hubiera el menor número de víctimas posible, ¿vale?
No siempre se consigue lo que se quiere.
—¿En serio? —me preguntó—. Siempre había pensado que el mundo era una gran fábrica de conceder deseos.
Si ella estuviera mejor, o usted más enfermo, las estrellas no se habrían cruzado de forma tan terrible, pero la naturaleza de las estrellas es cruzarse, y nunca Shakespeare se equivocó tanto como cuando hizo decir a Casio: «La culpa, querido Bruto, no la tienen nuestras estrellas / sino nosotros». Es muy fácil decirlo cuando eres un noble romano (o Shakespeare), pero nuestras estrellas tienen no poca culpa de lo que nos sucede.
«Ni el mármol ni los regios monumentos / son más indestructibles que estas rimas; / tú brillarás en ellas cuando el tiempo / desgaste, vil, las piedras que ahora brillan».
Estoy divagando, pero el problema es el siguiente: a los muertos solo se les ve con el terrible ojo sin párpado de la memoria.
Pensé que sonaba como un dragón que respirara a la vez que yo, como si tuviera por mascota a un dragón que se acurrucaba a mi lado y me quería tanto que sincronizaba su respiración con la mía.
Los dos pequeños columpios estaban ahí, abandonados, todavía colgando tristemente de una plancha de madera enmohecida y con los asientos en forma de sonrisa dibujada por un niño.
—Gracias por venir.
—Ya ves que intentar mantener las distancias conmigo no va a cambiar mis sentimientos.
—Lo imagino —le contesté.
—Todos tus esfuerzos por salvarme de ti fracasarán.
—Columpios desesperadamente solos buscan un hogar feliz —dijo él.
—Es eso.
—¿El qué?
—Lo que me gusta de ti.
Estás tan ocupada siento tú que no tienes ni idea de lo absolutamente original que eres.
Todo es frágil y efímero, querido lector, pero con estos columpios tus hijos aprenderán a familiarizarse con las subidas y bajadas de la vida humana poco a poco y sin peligro, y aprenderán también la lección más importante de todas: por mucho impulso que te des, por muy alto que llegues, no puedes dar una vuelta entera.
Mientras leía, sentí que me enamoraba de él como cuando sientes que estás quedándote dormida: primero lentamente, y de repente de golpe.
¿Sigues libre el 3 de mayo? :-)
Me contestó inmediatamente:
Estoy ya en las nubes.
«PORQUE ES MI VIDA, MAMÁ, Y ME PERTENECE».
el hecho de que sea físicamente evidente que estás enfermo te aleja de los demás.
Augustus y yo pasamos un rato mirando por la ventana. Era un día claro, y aunque no podíamos ver la puesta de sol, sí veíamos los matices del cielo.
—¡Qué bonito! —dije sobre todo para mí misma.
—«El amanecer brilla en sus ojos, que se pierden» —dijo Augustus citando una frase de Un dolor imperial.
—Pero no está amaneciendo —le dije.
—Está amaneciendo en alguna parte —me contestó. Y al momento añadió—: Una observación: sería genial volar en un avión superrápido que por un tiempo pudiera seguir el amanecer alrededor del mundo.
—Estoy enamorado de ti —me dijo en voz baja.
—Augustus —dije yo.
—Lo estoy.
Me miraba fijamente, y yo veía cómo se le arrugaban las comisuras de los ojos.
—Estoy enamorado de ti, y no me apetece privarme del sencillo placer de decir la verdad. Estoy enamorado de ti y sé que el amor es solo un grito en el vacío, que es inevitable el olvido, que estamos todos condenados y que llegará el día en que todos nuestros esfuerzos volverán al polvo. Y sé que el sol engullirá la única tierra que vamos a tener, y estoy enamorado de ti.
Amsterdam es como los anillos de un árbol: se hace más vieja a medida que te acercas al centro.
Algunos turistas creen que Amsterdam es la ciudad del pecado, pero en realidad es la ciudad de la libertad. Y en la libertad casi todos encuentran el pecado.
Los canales estaban flanqueados por olmos, de los que se desprendían semillas. Pero no parecían semillas. Parecían diminutos pétalos de rosa que hubieran perdido el color. El viento agrupaba aquellos pétalos pálidos como si fueran bandadas de pájaros, miles de ellos, como una nevasca primaveral.
«Venid corriendo. Estoy degustando las estrellas».
Observamos el confeti descendiendo del cielo, saltando por el suelo empujado por la brisa y cayendo al canal.
—Cuesta creer que a alguien pueda parecerle molesto —comentó Augustus.
—La gente se acostumbra a la belleza.
—Pues yo todavía no me he acostumbrado a ti —me contestó sonriendo.
«Las parejas bonitas son bonitas».
El sol era como un niño pequeño que se niega a irse a la cama. Eran las ocho y media pasadas y todavía había luz.
—¿Crees que hay vida después de la muerte?
—Sí —me dijo muy seguro—. Sin la menor duda. No un cielo en el que cabalgas sobre unicornios, tocas el arpa y vives en una mansión de nubes. Pero sí. Creo en Algo, con A mayúscula. Siempre lo he creído.
—Sí —dijo en voz baja—. Creo en esa frase de Un dolor imperial que dice: «El amanecer brilla en sus ojos, que se pierden». Creo que el sol del amanecer es Dios, la luz brilla y sus ojos se pierden, pero no están perdidos. No creo que volvamos a sufrir o a disfrutar de la vida, ni nada de eso, pero sí que vamos a parar a algún sitio.
—Podría ser peor.
—Podrías ser peor,
Son almas bondadosas y generosas que nos sirven de inspiración cada vez que respiran.
lo que define al hombre es su capacidad de maravillarse ante la majestuosidad de la creación.
ese sentimiento de entusiasmo y gratitud por el mero hecho de poder maravillarme ante las cosas.
—No quiero hacerte algo así nunca —le dije.
—Bueno, no me importaría, Hazel Grace. Sería un privilegio que me rompieras el corazón.
Mi padre siempre me decía que puedes hacerte una idea de las personas por cómo tratan a los camareros y a sus ayudantes.
—Zenón es famoso sobre todo por su paradoja de la tortuga. Imaginemos que haces una carrera con una tortuga. La tortuga empieza a correr con diez metros de ventaja. En el tiempo que tardas en recorrer esos diez metros, la tortuga quizá ha avanzado uno. Y en el tiempo que tardas en recorrer esa distancia, la tortuga sigue avanzando, y así indefinidamente. Eres más rápida que la tortuga, pero nunca podrás alcanzarla. Solo podrás reducir su ventaja.
»Por supuesto, te limitas a adelantar a la tortuga sin prestar atención a lo que implica, pero la cuestión de cómo puedes hacerlo resulta ser increíblemente complicada, y nadie pudo resolverla hasta que Cantor nos mostró que hay infinitos más grandes que otros infinitos.
—Los robots se reirán de nuestra valiente locura —dijo—. Pero algo en sus corazones de hierro anhelará haber vivido y haber muerto como nosotros, cumpliendo nuestra misión como héroes.
Nos besamos. Solté el carrito del oxígeno y le pasé la mano por la nuca, y él me alzó por la cintura hasta dejarme de puntillas. Cuando sus labios entreabiertos rozaron los míos, empecé a sentir que me faltaba la respiración, pero de una manera nueva y fascinante.
Él se apartó un poco, señaló un espejo y dijo:
—Mira, infinitas Hazel.
—Hay infinitos más grandes que otros infinitos —contesté arrastrando las palabras e imitando a Van Houten.
nos sentamos a la sombra de un enorme castaño y le contamos a mi madre nuestra visita al gran Peter van Houten. Se la contamos en plan divertido. Creo que en este mundo tienes que elegir cómo cuentas las historias tristes, y nosotros elegimos la versión divertida.
Gus señaló las sombras de las ramas, que se entrecruzaban y se separaban en el hormigón.
—Bonito, ¿verdad?
—Sí —le contesté.
—Una buena metáfora —murmuró.
—¿De qué? —le pregunté.
—La imagen en negativo de cosas que el aire une y después separa —me dijo.
Había dedicado buena parte de mi vida a intentar no llorar delante de las personas que me querían, así que sabía lo que estaba haciendo Augustus. Aprietas los dientes. Miras al techo. Te dices a ti misma que si te ven llorando, sufrirán, y solo serás tristeza para ellos, y no debes convertirte en mera tristeza, así que no llorarás, y te dices todo esto a ti misma mirando al techo, y luego tragas saliva, aunque la garganta no la deja pasar, y miras a la persona que te quiere y sonríes.
—Hoy va... va... va a ser el mejor día de tu vida. Ahora esta es tu guerra.
—Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir —me dijo.
—Y para mí es un privilegio y una responsabilidad subir ese camino contigo —le contesté.
—¿Sería totalmente absurdo intentarlo?
—No vamos a intentarlo —le dije—. Vamos a conseguirlo.
¿Crees que todavía queda algo de magia en este mundo? No es más que moléculas sin alma rebotando entre sí al azar.
—La ignorancia es la felicidad —le dije.
Hablaba de la transformada rápida de Fourier cuando de repente se detuvo en mitad de una frase y dijo: «A veces parece que el universo quiere que lo observen».
Parecía una eternidad, como si hubiéramos estado juntos una breve pero infinita eternidad. Hay infinitos más grandes que otros infinitos.
—¿Para qué necesitas un público que te adore teniéndome a mí? —le pregunté.
El viento soplaba por encima de nuestras cabezas, y las sombras de las ramas se movían sobre nuestra piel. Gus me apretó la mano.
—Me gusta esta vida, Hazel Grace.
el amanecer brilla en tus ojos, que se pierden,
ni por un segundo renunció a su valor, y su espíritu se elevó como un águila indomable hasta que el mundo no pudo albergar su feliz alma.
Pero tengo que decir algo: cuando los científicos del futuro se presenten en mi casa con ojos robot y me pidan que los pruebe, les contestaré que se vayan a tomar por culo, porque no quiero ver un mundo sin él.
—Me llamo Hazel. Augustus Waters fue el fugaz gran amor de mi vida. La nuestra fue una historia de amor épica, y no profundizaré más en el tema para no hundirme en un mar de lágrimas. Gus lo sabía. Gus lo sabe. No voy a contaros nuestra historia de amor porque, como todas las historias de amor reales, morirá con nosotros, como debe ser.
—No puedo hablar de nuestra historia de amor, así que hablaré de matemáticas. No soy matemática, pero de algo estoy segura: entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón. Hay infinitos más grandes que otros. Nos lo enseñó un escritor que nos gustaba. En estos días, a menudo siento que me fastidia que mi serie infinita sea tan breve. Quiero más números de los que seguramente obtendré, y quiero más números para Augustus de los que obtuvo. Pero, Gus, amor mío, no puedo expresar lo mucho que te agradezco nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por el mundo entero. Me has dado una eternidad en esos días contados, y te doy las gracias.
Te quiero, amigo. Nos vemos en la otra orilla.
—Te quiero en presente —susurré, y poniéndole la mano en el pecho le dije—: Está bien, Gus. Está bien. De verdad. Está bien, ¿me oyes?
—En casa de Gus hay un dibujo con una gran frase, una frase que tanto a él como a mí nos parecía muy reconfortante: «Sin dolor, ¿cómo conoceríamos el placer?».
Todas las células surgen de células. Toda célula nace de una célula anterior, que a su vez nació de otra célula anterior. La vida surge de la vida. La vida engendra vida que engendra vida que engendra vida que engendra vida.
«Así se sume en el día el amanecer», escribió el poeta. «Nada dorado puede permanecer.»
«El dolor es como una tela: cuanto más fuerte es, más valor tiene».
—¿Y cómo ha sido? —me preguntó.
—¿Que se muera tu novio? Pues una mierda.
—No —me dijo—. Estar enamorada.
Eché de menos el futuro.
los sueños que se hacen realidad nunca sacian la voraz ambición humana, porque siempre pensamos que podríamos volver a hacerlo todo mejor.
el mundo no fue creado para el hombre, sino que el hombre fue creado para el mundo.
Se oía el viento entre las hojas, y en aquel viento viajaban los sueños de los niños que jugaban a lo lejos, los niños pequeños que descubrían la vida, que aprendían a correr por un mundo que no había sido creado para ellos corriendo por un parque infantil que sí había sido creado para ellos.
Todo lo que sé del cielo y de la muerte está en este parque: un elegante universo en incesante movimiento, lleno de ruinas deterioradas y de niños que gritan.
a casi todo el mundo le obsesiona dejar huella en el mundo. Dejar un legado. Sobrevivir a la muerte. Todos queremos que nos recuerden. Yo también.
las huellas que dejamos los hombres suelen ser cicatrices.
Mis pensamientos son estrellas con las que no puedo formar constelaciones.
En cualquier caso, los verdaderos héroes no son los que hacen cosas. Los verdaderos héroes son los que OBSERVAN las cosas, los que les prestan atención.
la cogía de la mano e intentaba imaginar el mundo sin nosotros, y por un segundo fui lo bastante buena persona para esperar que se muriera y así nunca llegara a enterarse de que yo me moría también. Pero después quise más tiempo para que pudiéramos enamorarnos. He conseguido mi deseo, supongo, y he dejado mi cicatriz.
¿Qué más? Es preciosa. No te cansas de mirarla. No tienes que preocuparte de si es más inteligente que tú, porque sabes que lo es. Es divertida sin pretenderlo siquiera. La quiero. Tengo la inmensa suerte de quererla, Van Houten. No puedes elegir si van a hacerte daño en este mundo, pero sí eliges quién te lo hace. Me gustan mis elecciones. Y espero que a ella le gusten las suyas.
Me gustan, Augustus.
Me gustan.