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sábado, 5 de marzo de 2016

“Sombras del ayer”, de Rosa Santizo

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Su sinuosa silueta se recortaba en un fondo sin color, encerrada en un abismo donde sus gritos se ahogaban en lo más profundo de su ser, ahora más que nunca ansiaba salir al exterior. Nada de lo que divisaba parecía tener sentido, por eso se retorcía embriagada de dolor deseosa de que ya todo terminase, de que todo llegase a su fin para así poder dejarse llevar sin sentir el peso que cubría todo su ser. 
Era demasiado, no acertaba a entender el motivo de su infortunio, el porqué el destino se cebaba con ella haciéndole muecas cada vez más perversas como si de una diversión macabra se tratase.

Angustiada y confusa, caminaba sin rumbo en busca de no sabía que, y en ese deambular por la vida, sentía como la misma se le escapaba entre los dedos, como se le iba sin ser capaz de hacer nada por retener ni tan siquiera la ilusión que le haría pensar en que quizás, un día esa vida que tanto ansiaba vivir dejaría de huir de su lado para quedarse con ella aliviando todas sus heridas. Llagas y laceraciones que eran invisibles, que nadie veía ni querían ver, solo ella sabía del dolor que se siente cuando el alma se retuerce, exprimiendo cada gota de ilusión, de esperanza y de amor hasta que solo queda la nada, el vacío que produce la mera existencia sin sentido, sin objetivos, siendo tan solo una sombra que pasa sin ser vista, desapercibida a los ojos de todo el mundo.

Esas sombras que le visitan para recordarle que nada es, que el ayer es el hoy y será el mañana porque nada cambia, ni transmuta, las transformaciones tan solo son espejismos, sombras que parecen tomar formas pero que cuando se acercan lo suficiente se desvanecen entre sus dedos, dejando en sus oídos el sonido de las risotadas que una vez más han conseguido engañarla con falsas ilusiones, despertando deseos que quedan lejos de ser realidad, que aún más lejos de materializarse se desvanecen como la espuma de mar en una noche de tormenta.

Cierra los ojos cansada y debilitada por la lucha constante, ya lo único que le quedan son los sueños y dentro de poco ni eso, el agotamiento le niega hasta el último refugio que debería tener, ese lugar de descanso donde vivir lo que la vida le negó una y mil veces. Ya sin fuerzas y hastiada se imagina en medio de un inmenso mar, dejándose acariciar por las olas, dejándose llevar de un lugar a otro como mecida por el viento mientras la brisa calienta sus huesos, sintiendo la tibieza del sol sobre su piel. Pero pronto el dulce sueño cesa y siente toda la frialdad de la noche, mientras la niebla espesa envuelve su frágil cuerpo que es llevado con violencia de un lugar a otro sin piedad, ningún lugar donde asirse, en su desesperación intenta agarrarse con sus uñas a la nada mirando con los ojos desencajados a su alrededor, pero no puede ver, la negrura lo cubre todo como un espeso manto. Sus gritos de terror se ahogan y se pierden en un eco lejano sin que nadie responda. Cansada, desahuciada por ella misma se rinde ante la evidencia, no merece la pena seguir luchando, seguir mal viviendo en una pelea sin fin contra corriente, su cuerpo lleno de heridas sangrantes no aguanta más, se deja llevar y mientras agoniza siente como se le va la poca vida que le resta. 

Susurros atormentan sus oídos hasta que la locura se apodera de la poca razón que le queda, danzas macabras se revelan ante sus ojos que no quieren ver lo que se muestra ante ellos.

En su inmensa locura se adormece en un sueño del que no despertará, pasan ante ella sombras del ayer que le recuerdan que nada ha tenido sentido, su lucha ha sido en vano, perdió todas las batallas y ahora también pierde la última de ellas quedando a merced del silencio y el olvido. Tanto rebelarse contra un destino que siempre se le presentaba hostil, para ahora darse cuenta que nunca existió, que jamás fue real, que todo fue algo volátil, para finalmente, sentir como es engullida, cayendo en una espiral sin final. Mientras su cuerpo aguanta las últimas embestidas, en su rostro se dibuja un rictus de dolor y desesperanza, el vacío es inmenso, ya no ve, ya no siente, se aleja hasta desaparecer, se desvanece en la inmensidad de la oscuridad sin dejar ninguna huella de su paso, de forma que nadie se da cuenta de su ausencia.

Ya no es, dejó de ser, lo único que queda de ella es una sombra que como una dulce brisa, a veces, en los días en los que el dolor se le hace insoportable, pasa al lado de aquel al que amó y del que solo recibió como respuesta desprecio, ausencia y la frialdad que la sumió en las tinieblas y en las sombras en las que permanecerá por toda la eternidad. El dolor es lo que tiene, te engrilleta para jamás dejarte escapar, sin embargo ella en su ceguera sigue buscando a tientas sin saber a quien…

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*Ilustración por Toom Hertz
Escrito de Rosa Santizo

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