Al deambular por los techos dormidos, Dominica solía mofarse de mí, de cómo diplomático, arrugaba los ojos y aguzaba la vista para estipular el riesgo al saltar de un tejado al otro, de cómo por medio de las claraboyas de los cobertizos buscaba yo algún rostro femenino y juvenil que estuviese sumido en un sueño púrpura de pasiva libertad para luego partir ¨vuelto un suspiro¨ Tal como ella solía decir.
Al deambular por los techos dormidos, Dominica y yo nunca supimos lo que fuere a fallar, caerse o resbalar. Como tampoco robar, sabotear o destruir cualquier propiedad privada, podrían atribuirnos una que otra teja rota, una antena doblada o cosas por el estilo, pero no nos podrían acusar de cualquier daño mayor; si hay algo que puedo decir, es que nuestra, MAESTRIA – AGILIDAD rebozaba los límites de la realidad, refutaba a la naturaleza, escupía en la física y la gravedad y se revelaba ante la noche como un fiero felino desafiando la normalidad.
Al deambular por los tejados dormidos, mojados, callados…
Dominica me embriagaba con su cantar y cuando estaba más imbuido en su tonada, ella fulminante me sacudía de los brazos para hacerme despertar y así poder continuar en nuestro acrobático camino de tejado a techo, sotea y más allá.
Al deambular por los tejados dormidos, hombro a hombro, Dominica y yo pudimos entrar abrazados por la cómplice oscuridad, en ese reino de abismos y vértigo que solo los instaladores de antenas, deshollinadores, jinetes del equilibrio y domadores de las alturas se atreven a conquistar.
Al deambular por los techos dormidos, Dominica y yo nunca supimos lo que fuere a fallar, caerse o resbalar. Como tampoco robar, sabotear o destruir cualquier propiedad privada, podrían atribuirnos una que otra teja rota, una antena doblada o cosas por el estilo, pero no nos podrían acusar de cualquier daño mayor; si hay algo que puedo decir, es que nuestra, MAESTRIA – AGILIDAD rebozaba los límites de la realidad, refutaba a la naturaleza, escupía en la física y la gravedad y se revelaba ante la noche como un fiero felino desafiando la normalidad.
Al deambular por los tejados dormidos, mojados, callados…
Dominica me embriagaba con su cantar y cuando estaba más imbuido en su tonada, ella fulminante me sacudía de los brazos para hacerme despertar y así poder continuar en nuestro acrobático camino de tejado a techo, sotea y más allá.
Al deambular por los tejados dormidos, hombro a hombro, Dominica y yo pudimos entrar abrazados por la cómplice oscuridad, en ese reino de abismos y vértigo que solo los instaladores de antenas, deshollinadores, jinetes del equilibrio y domadores de las alturas se atreven a conquistar.
--