No veo más allá de mis brazos extendidos, la niebla forma parte del pueblo aunque nunca llegas a acostumbrarte del todo a ella.
Me encuentro en medio de la calle, lo sé porque veo la línea blanca pintada en la calzada, pero me es imposible alcanzar a ver las aceras o algo que me ayude a identificar dónde me encuentro.
Porque, la verdad es que no sé cómo he llegado a este lugar, y eso es una cosa que me inquieta mucho, no sé si entiendes lo que quiero decir.
Intento escuchar algo para reconocer un sonido o una voz que me ayude a situarme, pero no acierto a oír nada más que el ruido de la nada apoderándose de la ciudad cómo un ocupa que ha llegado para quedarse. La confusión empieza a hacer mella en mí y me impide discurrir con lucidez, mis pensamientos se esconden entre la niebla que lo oculta todo. No sé si quedarme inmóvil y esperar a que los acontecimientos se precipiten o caminar hacia algún lugar y correr el riesgo de perder la referencia de dónde me encuentro, pero al fin y al cabo, no sé dónde me encuentro. Entonces lo oigo. Parece alguien que arrastra sus pies, un sonido de fricción discontinua, como si reptara, o más bien como si arrastrara una pierna en el asfalto.
Esa imagen proyectada en mi mente ayuda a que una incipiente sensación de pánico se empiece a instalar entre mis dos orejas, y la decisión entre quedarme dónde estoy o empezar a moverme queda reducida a la segunda opción. Quisiera caminar pero la urgencia se instala en mi espina dorsal y empiezo a correr en dirección contraria al sonido que, extrañamente, voy escuchando poco a poco más cercano… sea lo que sea, parece que se desplaza más velozmente que yo, acelero el paso, pero sigo sin ver nada, mis sentidos se amotinan, no me responden y mientras, el miedo sigue apretándome donde más duele.
Y cuando descubro por qué lo oigo cada vez más cercano, lo veo delante de mí.
No tiene boca, ni ojos, ni brazos, o mejor dicho, los apéndices que se llamarían brazos en un ser de este mundo, se cruzan rodeando su abdomen como en una camisa de fuerza hecha de la misma carne que su propio cuerpo. Camina tirando de sus extremidades inferiores, en el patente esfuerzo de una criatura que busca ciegamente la subsistencia en un mundo que no es el suyo, con el perentorio apremio del hambre.
Quiero frenar mi atropellada carrera antes de arrollar a esa especie de monstruo, pero piso la línea blanca húmeda por la niebla, resbalo en cámara lenta, y antes de llegar al suelo he visto mi muerte de mil maneras diferentes. Lo último que me da tiempo a pensar es que, por lo menos, sin boca no podrá comerme, antes de que su pecho se abra en una gran boca vertical que me observa como quien mira la carta de un restaurante...
Tengo que acabar mi relato, ya está anocheciendo y debo buscar alimento, no es fácil subsistir en esta dimensión, sobre todo para un ser con los brazos unidos a la espalda…
por jreverter @ 2011-02-21
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